Nací durante una cálida mañana de primavera, justo al medio día, en el preciso momento en que Marte y Venus hacian el amor en la Casa de Aries.
Cosa curiosa fue mi nacimiento, porque la mayoría de los niños, al menos los de aquellos días, nacían en medio de los gritos de dolor de su madre y un tremendo trabajo por traer al mundo a su pequeña criatura, yo no; aún no me lo explico del todo pero sé que nací sola, mi madre dormía debido a los remedios de la medicina occidental que las parteras le inyectaron para que no sintiera dolor.
Yo vine al mundo sin el esfuerzo de mi madre por empujarme a la vida y sin su grito de dolor que anunciaba mi llegada; ella tampoco supo cómo fue que pude nacer, pero cuenta que cuando despertó, yo ya estaba aquí, luchando sola en el mundo por mi propia existencia.
Así que vi la luz sola, mi primera batalla fue la de mi nacimiento y desde ahí quedé marcada con el signo de la guerrera, desde ahí había quedado claro que yo sería una mujer sol, llena de fuerza y de furia internas y que, me gustara o no me gustara, iba a tener que pelear por todo cuanto quisiera.
Sin cuestionármelo, la lucha llegó sola y sola viene cada vez que es necesario y cada vez que se requiere debo blandir la espada.
Una bruja me dijo una vez que todos teníamos la herida sin sanar, la Marca de Quirón, pero no todos la tenemos en el mismo sitio ni en el mismo espacio emocional, mi marca es esa, haber nacido sola y haber tenido que luchar desde entonces, ese es el signo que me habrá de perseguir hasta el momento en que exhale mi último aliento.
Será mi principal batalla, además de las luchas que día con día tenga que emprender en soledad, sin más compañía que mi propia alma de guerrera.
Así fue como nací; no, no soy bruja, soy una guerrera y fui dotada desde el primer momento que aspiré vida, con un yelmo, una escudo y una espada que me acompañan en la batalla, grande o pequeña; ellos han sido mis tremendos compañeros; los instrumentos de batalla de Furia, la Señora de los Vientos.
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