La danza de las flores rotas

Me vestí de blanco; planté fantasías en mi jardín crepuscular y al final del día sólo recolecté rosas deshojadas, margaritas púrpura y manzanas agusanadas.

Un sol que se consumía me habló y decidí tomar el sendero pedregoso que me hizo tropezar.

Un dolor de parto traspasó mi alma al dar a luz a una niña que quedó maldita cuando cruzó el mar del olvido; la llamé Eva porque vino a este mundo a llorar.

Afuera del Castillo Real, en la Plaza Central, la corte creó un altar en forma de cruz adornada con joyas de acero en forma de clavos, cada clavo fue bautizado con el nombre de una mujer… Esperanza… Rubí… Marisela…

Eva, mi hija, es a la vez todas mis hijas y cada vez que ella muere, mi útero vuelve a parir; no doy a luz, doy a muerte, a llanto, a dolor…

Al regresar a mi jardín recolecto rosas nocturnas y me arranco los ojos para olvidarme de la sangre que brota de sus pétalos y el hedor de sus espinas.