Xochicalco, donde nacen las flores y mueren los amores…

Xochicalco es una zona arqueológica de un antigua ciudad ubicada en entre los municipios de Temixco y Miacatlán del estado de Morelos, se encuentra a 38 kilómetros de Cuernavaca, hacia el soreste y fue declara por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, hacia 1999.

Mi visita a esta ciudad de dioses antiguos ocurrió hace poco menos de 6 años, en diciembre de 2006, durante el tiempo en el que me resultaba fácil saltar de una situación a otra sin pensar mucho en las consecuencias ni en el aprendizaje.

Siempre me han cautivado los restos de las ciudades antiguas, las historias que de ellas se cuentan y también las que nunca se contarán porque han quedado en el olvido, enterradas tras las décadas de pasto, tierra, piedras y ruinas.

El día que conocí el «lugar donde se edifica la casa de las flores» se podía respirar un aire raro, pesado, que me oprimía el corazón y me desgarraba el alma; el momento en que mi pie pisó aquella tierra fue el momento en que una muerte marcó mi vida: murió mi amor infantil y murieron mis esperanzas de juventud, aquellas que se componen por 99 por ciento ingenuidad y un uno por ciento de verdad.

Mi memoria de aquella mañana no resulta del todo clara en imágenes, pero sí muy clara en sensaciones: lloré durante todo el recorrido, miraba el horizonte descubriendo la curva de la tierra y podía apreciar el verde intenso de la hierba verde que crece y crece por la humedad prominente de aquel espacio.

Mi corazón estaba irremediablemente roto; no lo entendí en ese momento, sólo sabía que no podía respirar y que necesitaba gritar y llover de adentro hacia afuera hasta quedarme seca, lloraba porque en ese momento me estaba despidiendo de mi infancia, de mi adolescencia, estaba viviendo un luto sin saber que lo vivía y luego, cada vez que me sentí herida creí vivir un luto, pero no fue así, se trataba tan sólo de resquicios de aquel día, porque yo me negué a entender que a partir de entonces, mi corazón ya no volvería a estar completo jamás.

Sólo hoy, en retrospectiva, puedo entender las cosas, tardé mucho tiempo en darme cuenta del significado, aquel dolor profundo que me ahogaba no podía haber sido por una simple ruptura o despedida, en verdad estaba muriendo, en verdad estaba enterrando parte de mi corazón en aquella tierra que espero volver a visitar algún día para llevarle flores a ese trozo de mí que ahora yace bajo las hermosas flores de Xochicalco y hace compañía a los dioses antiguos de mis antepasados, aquellos que sólo se reconocen en los ecos del viento cada vez que canta y silba.